banner
Hogar / Noticias / La fiebre de un niño: hay que tratar las molestias en lugar de preocuparse por los números del termómetro
Noticias

La fiebre de un niño: hay que tratar las molestias en lugar de preocuparse por los números del termómetro

Jul 07, 2023Jul 07, 2023

“La fiebre no baja” es la frase que más escuchan los pediatras durante su ejercicio profesional. En los seres humanos, fiebre significa tener una temperatura de 100,4°F o más. Esta condición siempre ha sido el caballo de batalla de la salud de los niños, además de un dolor de cabeza para madres y padres.

A pesar de ser una parte fundamental de nuestro sistema de defensa frente a las infecciones, bajar la fiebre muchas veces se considera el objetivo a superar, aunque requiera prescripción médica. Pero esa tendencia está cambiando. Hoy en día, la mayoría de los especialistas en salud infantil insisten en que no siempre se debe bajar la fiebre a toda costa. Más bien, la prioridad debe ser tratar las molestias que las fiebres pueden causar en niños y niñas.

“Es el motivo más frecuente [por el que los padres] acuden a urgencias”, afirma Paula Vázquez López, presidenta de la Sociedad Española de Urgencias Pediátricas (SEUP). “La fiebre no causa daño cerebral, ni muerte, ni nada. Es bueno [que un niño] tenga fiebre, porque es la forma que tiene nuestro organismo de defenderse de virus y bacterias”, añade este especialista en urgencias pediátricas, que ejerce en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid. eso no disminuye, no significa que la infección sea más o menos importante”, explica a los padres. “Te pongo un ejemplo: la gripe es una infección viral que provoca fiebre muy alta, dura varios días y es muy difícil de bajar… pero no es grave”.

Según Juan Carlos Molina, pediatra de urgencias del Hospital Infantil Niño Jesús, también de Madrid, nuestros padres y abuelos aceptaban la fiebre como algo natural. Pero ahora existe “fiebrefobia, un miedo mal dirigido o sin sentido”, lamenta el especialista. “Los padres a menudo quieren tratar el termómetro; les preocupa mucho más que el estado general [de su hijo]. Les digo que el objetivo es que estén bien, si les damos antipiréticos es para que el niño esté más cómodo”.

Efectivamente, la fiebre sirve “para ayudarnos a activar las defensas de nuestro organismo”, como explica en su página web la Asociación Española de Pediatría de Atención Primaria (AEPap). Por sí sola, destaca esta sociedad científica, “la fiebre no causa daño a las neuronas. Las complicaciones, si las hay, se deben a la causa de la fiebre, no a la fiebre en sí”. En un folleto descargable de la AEPap dirigido a las familias, las recomendaciones ofrecidas coinciden con el consejo de los pediatras consultados por este diario: "Sólo hay que utilizar medicamentos para la fiebre si hay molestias o dolor".

Además, el documento aclara que “ni el grado de fiebre ni la respuesta al tratamiento guían [a los médicos] sobre la gravedad de la infección, ni si es causada por virus o bacterias”. La AEPap insiste en hidratar adecuadamente y no tapar ni desvestir demasiado al niño. La asociación también desaconseja medidas domésticas como “el uso de paños húmedos, exfoliaciones con alcohol, duchas o baños”. El tratamiento de la fiebre no modifica la evolución de la infección. Lo importante es el tratamiento de la infección que la provoca”, subrayan los expertos.

“Hay que cambiar [la idea] de que hay que bajar la fiebre en función del número que marca el termómetro; sino que hay que hacerlo según cómo se siente el niño”, enfatiza Vázquez López. Tampoco es necesario el uso de medicamentos para prevenir reacciones a las vacunas, como fiebre o inflamación en la zona del pinchazo. “Soy mayor y recuerdo cómo en el pasado, cada vez que me vacunaban cuando era niña, [los médicos les decían a mis padres]: si tiene fiebre, que le den [paracetamol] para prevenirla. Pero ahora está claro que esto no era correcto”.

Estrictamente hablando, consideramos que una temperatura corporal superior a 99,5 °F es fiebre o pirexia (de la palabra pyros, que significa "fuego" en griego). Sin embargo, cualquier temperatura entre 98,6°F y 100,4°F generalmente se clasifica como “fiebre leve”. En condiciones normales, el centro termorregulador del hipotálamo nos mantiene entre 95°F y 98,6°F, que es el rango ideal para funciones fisiológicas fluidas. Sin embargo, ciertas sustancias actúan como pirógenos: estimulan este termostato en la base del cerebro para elevar la temperatura, lo que “disminuye la reproducción de microbios y aumenta la respuesta inflamatoria”, como se describe en la web del Hospital Clínic de Barcelona. “Cuando hay fiebre mejoran las defensas inmunitarias y la movilidad de los leucocitos. Se generan productos que son más tóxicos para las bacterias”, explica Molina.

Los pirógenos pueden ser sustancias exógenas (como los microbios y sus toxinas) o endógenas (moléculas que nuestro sistema inmunológico utiliza para comunicarse, como las citocinas o las prostaglandinas). Cuando los leucocitos detectan los pirógenos de un germen que nos infecta (que, en los niños, suelen ser virus), liberan citocinas en la sangre, que alertan al termostato biológico para que suba la temperatura. Esto se consigue aumentando el metabolismo, reduciendo el flujo sanguíneo a la piel -lo que provoca palidez y sensación de frío- y produciendo contracciones musculares, o los clásicos escalofríos. Una vez que el termostato hipotalámico vuelve al rango normal, el cuerpo siente calor y suda para reducir la temperatura, lo que explica los diversos síntomas del síndrome febril.

La medición de la temperatura debe realizarse con un termómetro de contacto electrónico, aconseja Molina. "Los termómetros de oído y los de infrarrojos, que se colocan en la frente, no son muy fiables". En niños mayores, la medición axilar (axila) es suficiente… pero en niños menores de un año la temperatura debe tomarse por vía rectal. “La temperatura rectal es entre 0,5°C y 1°C más alta que la axilar, pero más cercana a la real”, señala este experto. La precisión, aclara, es necesaria en los bebés pequeños -especialmente en los menores de tres meses- porque aumenta el riesgo de infecciones graves. Es posible que se requieran pruebas adicionales, aunque rara vez se realizan en niños mayores que se encuentran en buena condición física.

¿En algún momento surge algún problema? Como explica Molina, las temperaturas superiores a los 105°F son más peligrosas, especialmente si se mantienen. “Pero en estos casos se habla de hipertermia... en los niños es muy raro. [Suele] ocurrir por una exposición importante al sol, como un golpe de calor, o una intoxicación por ciertos medicamentos”, aclara el pediatra.

“Otra cosa que asusta a las madres y a los padres son las convulsiones”, explica Vázquez López. De hecho, un pequeño grupo de bebés y niños pequeños (alrededor del 4%) tiene una predisposición genética a las convulsiones que acompañan a la fiebre. Pero la AEPap insiste en que bajar la temperatura a estos niños de forma temprana no ayuda a prevenir las convulsiones. Y si bien siempre se recomienda la valoración pediátrica tras una convulsión en el contexto de fiebre, “[los padres no deben] insistir en bajarla para que no se produzcan [convulsiones]”, reitera el presidente del SEUP. “En la mayoría de los casos, no es necesario hacer nada: duran unos segundos. [Este tipo de convulsiones] desaparecen con la edad, porque el cerebro madura. No es necesario tomar ningún medicamento para prevenir las crisis febriles”, afirma el especialista.

“No todos los niños van a tenerlos, aunque tengan fiebre muy alta”, añade Molina. “Existe una predisposición genética [a las convulsiones febriles]. A menudo los pacientes ya lo han experimentado”. El pediatra reconoce que algunos niños “acaban teniendo epilepsia cuando son mayores, pero es muy raro, alrededor del 1% o 2%”.

En cualquier caso, “es muy difícil evitar estas convulsiones: [los padres no deberían molestarse] en administrar antipiréticos o aplicar compresas frías. No hay necesidad de aplicar un tratamiento diferente a estos niños…. deberían recibir [el mismo tratamiento] que los niños que no son propensos a sufrir convulsiones febriles”.

Los medicamentos habituales para los niños con fiebre y malestar son el paracetamol -que es analgésico y antipirético- y el ibuprofeno, que también es antiinflamatorio. Estos medicamentos no curan la infección, pero ayudan al niño a sentirse mejor. “Cuando la fiebre se debe a una inflamación importante, como otitis media aguda (infecciones de oído) o adenitis (inflamación de los ganglios linfáticos), prefiero el ibuprofeno”, dice Molina. "Pero para el control de la temperatura, ambos son iguales". Si bien la práctica de alternar o combinar estos medicamentos está muy extendida, no hay evidencia de que esto sea más efectivo, como se afirma en una revisión publicada en la revista española Evidencia en Pediatría. De hecho, hacerlo aumenta el riesgo de confusión en la dosificación y el riesgo de efectos secundarios.

“Muchos médicos recomiendan [esto], pero no se ha demostrado que sea más efectivo para revertir la fiebre y conduce a errores, ya sea por sobredosis o por subdosis. Hay que administrar [estos medicamentos] en el horario… se pueden aumentar un poco las dosis o acortar los intervalos de administración, pero no es apropiado combinar uno y otro secuencialmente”. Vázquez López se lo explica así a los padres: “A veces les digo que, ocasionalmente, pueden dar la medicación alternativa, pero se desaconseja totalmente la pauta ibuprofeno-paracetamol-ibuprofeno-paracetamol. Muchas veces son los propios pediatras quienes marcan esta pauta, pero hay que evitar la alternancia”.

Tampoco son buena idea los remedios tradicionales, como meter a los niños en agua fría o tibia. “En lugar de promover el bienestar del niño, [estas prácticas] priorizan el malestar. Y si funcionan, [los resultados son] muy temporales, no los recomendamos”, enfatiza Molina. A veces, los padres recurren a prácticas menos comunes, como frotar con alcohol a su hijo febril. “Esto es peligroso, porque quema e irrita mucho la piel; El alcohol isopropílico también puede absorberse, intoxicando al niño”.

A veces, los padres visten demasiado a sus hijos. “Con varias camisetas es más difícil perder calor. A los padres les decimos que deben poner ropa ligera a sus hijos y colocarlos en un lugar fresco y bien ventilado. Pueden beber líquidos, pero meterlos en la bañera está anticuado”.

Suscríbete a nuestro boletín semanal para recibir más cobertura de noticias en inglés de EL PAÍS Edición USA